Tengo que ser sincero, la suerte del fútbol argentino me resulta más central que la de la política o el cambio climático. La estoy pasando mal porque las condiciones en que se juegan en nuestro país son cada vez peores y como soy un tarado como todos los hinchas de fútbol (volveremos sobre esto), no puedo soltar el tema.
El miércoles de la semana pasada llegué al punto máximo de mal humor por este deporte. Se jugó la final de la "Supercopa Internacional" entre River y Talleres. A pesar de que soy un enfermo del fútbol y una persona informada por arriba de la media, hasta un par de días antes no tenía idea de que se jugaba este partido ni qué cornos era esa copa con un nombre tan hipertrofiado. No era una simple "Copa" sino una "Super" copa y sus efectos no se limitaban al ámbito local sino al "Internacional". Tuve que googlear en ese momento para ver cómo se llegaba a semejante cumbre futbolística y lo tuve que googlear ahora de nuevo para escribir esta nota porque me olvidé. Según el resultado de mi investigación: "El certamen está pendiente desde 2023 y reúne al ganador del Trofeo de Campeones y al mejor de la Tabla Anual (el Millonario obtuvo su cupo por las dos vías, por lo que la T ingresó como escolta en la clasificación general)". La absoluta arbitrariedad de esta combinación de logros, de todas maneras, no alcanzaba para entender por qué se trataba de un evento "internacional". La justificación era que, por motivos que se develarán inmediatamente, el partido se jugaba en otro país, a la sazón en este caso, Paraguay.
La explicación me la dio Leo Achilli, ilustrador e hincha de Boca, pero hermanados en nuestro paladar negro que a menudo logra superar las rivalidades. En un tuit, Leo me dijo que: "Esta copa la inventaron porque Boca y Patronato tenían que jugar la Supercopa por ser los campeones de Liga y Copa Argentina, pero como AFA había vendido el partido a los árabes y no era atractivo, inventaron una fórmula para que la jueguen Boca y Racing".
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El partido en sí fue una verdadera pesadilla. Una noche de calor insoportable en Buenos Aires, ¡imaginen en Paraguay! Los jugadores chocaban, perdían la pelota, se lesionaban, nadie jugaba al fútbol. Un verdadero desastre. Increíblemente, para una copa irrelevante, se había dispuesto que si el partido terminaba empatado, en lugar de la tradicional definición por penales, se jugaran 30 minutos más. Fue la peor noticia que recibí esa noche, que la agonía y el malhumor se fueran a extender media hora más. Desde ya que el partido en los 90' salió cero a cero y que el resultado se mantuvo en los 30 minutos restantes. Y si hubieran decidido que se jugaran varios días consecutivos hasta que se muriera de un infarto el primer jugador, igual no habrían hecho goles. Después vinieron los penales y la derrota de River pero no tengo dudas de que incluso si hubiera ganado con esa definición mi mal humor sería exactamente el mismo.
Como dijo en una muy buena nota José Santamarina: "River podría ni haber ido al partido del miércoles en Asunción y nadie se hubiera dado cuenta". Así son las cosas, un partido que aparece de la nada, que los hinchas lo vemos y sufrimos porque somos tarados, que aburre e irrita, que genera lesionados y crisis interna en un plantel (con los penales al revés podría haber habido una crisis en Talleres) y el cual los hinchas aceptamos mansamente.
Copa y más copas
Esta copa a un solo partido no es la única que se juega en la Argentina. Hay tres. Está el "Trofeo de campeones" que es donde disputan los equipos que ganan los dos campeonatos relativamente largos y con por lo menos una fase de acumulación de puntos. Los nombres y las características varían año a año pero estos dos son los que normalmente se consideran "campeonatos". La Supercopa la juegan el ganador del "Trofeo de campeones" con el ganador de la Copa Argentina, que es un torneo de eliminación directa en donde participan todas las categorías profesionales del país. Y la tercera es este engendro en donde se clasifica por un logro insólito que es la tabla general del año, que no tiene campeón sino que es una estadística que se usa para clasificar a las copas internacionales. Podrían seguir haciendo combinaciones hasta el infinito pero por ahora nuestro país otorga (si no me equivoco en la cuenta) seis títulos por año: los dos campeonatos, la Copa Argentina y estas tres supercopas.
La estrategia de Chiqui Tapia para tener el poder de hacer lo que quiera en la AFA es multiplicar los incentivos para los clubes aunque el resultado emergente sea perjudicial para el fútbol mismo. Tapia le dio todo el poder de los votos a los equipos del ascenso y, como Papá Noel, repartió regalos para todos. En el Nacional B hay 36 equipos y en primera hay 30. O sea que 66 clubes de todo el país ocupan las dos categorías más altas. En Italia son 40, en España 42 y en Inglaterra 44. En esos paises y en general en el mundo, la primera categoría tiene 20 equipos, nosotros tenemos 30. Los equipos chicos, instituciones humildes, clubes pequeños, tienen como incentivo la posibilidad de llegar a la máximas categorías, la eliminación del descenso en pleno campeonato y la proliferación de títulos a los que se puede llegar sin la onerosa condición de ganar un campeonato largo. Eventualmente, a los que además están más cerca del corazón del poder, les aparecen arbitrajes dudosos que siempre los terminan favoreciendo. ¿Cómo no lo van a votar a Tapia?
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El estadio de Riestra. No se puede jugar de noche porque no tiene iluminación. Atrás se ve el estadio de San Lorenzo. No se puede jugar de noche por seguridad
Cuando la AFA decidió que en el 2025 se iban a jugar dos torneos que a partir de cierto momento se definen por eliminación directa y no por acumulación de puntos y, además, no iba a haber descensos, me enfurecí y pensé en cancelar el pack fútbol. Me daba cuenta de que el fútbol argentino me generaba más mal humor que momentos gratos y que Europa me compensaba largamente. Después me di cuenta de que era un gesto narcisista, sin ningún tipo de consecuencias salvo para hacerme el Quijote; pero, mucho más grave, era totalmente incapaz de llevarlo a cabo. No hay día en que no me fije qué partido se transmite a la noche. Las imágenes en el televisor de fondo me dan paz para hacer otras cosas, como si fueran un objeto de apego y yo, en cuanto consumidor de fútbol argentino, fuera un niño de cinco años.
Así es que, de manera crecientemente confusa, sigo las alternativas del campeonato actual, que no sé cómo se llama. Son dos zonas, en cada una clasifican ocho de quince (¡más de la mitad!) y descubrimos de pronto que además del clásico interzonal tradicional (River y Boca, Racing e Independiente, etc, están en distintas zonas pero juegan un partido entre sí en una fecha especial) había otra fecha en las que se cruzaban un equipo de una zona con uno de la otra. Al parecer, ese cruce se determinó por sorteo y a River le tocó Estudiantes y a San Lorenzo, Racing, por ejemplo. De hecho, nadie sabe muy bien en qué zona está ni tampoco está demasiado pendiente de las posiciones. Es todo un día a día, como si fuera un consumo animal. Juega tu equipo: lo mirás, te aburrís, pero sufrís por el resultado, te quejás del árbitro, de los rivales, del VAR, de la policía, de la suerte y de la vida. Es el consumo de fútbol más idiota de la historia, menos placentero y más instantáneo, como si fuera paco. No hay perspectiva, contexto, esperanzas ni tradición.
¿Y el periodismo?
Las cosas son muy evidentemente horribles, pero no veo que el periodismo deportivo tenga una posición crítica evidente y clara. Los programas de istas, que ocupan la programación 7/24, hacen alusiones indirectas, globales, y se zambullen en el día a día de River y Boca, no hay mucho más que eso. Las transmisiones habitualmente ignoran el contexto y tratan de vender "el producto", exagerando las bondades del partido y las alternativas del campeonato que nunca no es "apasionante". La enorme parte del periodismo es parte del "producto", no va a venir de ese lado la masa crítica que ponga en cuestión el estado de las cosas.
Presumo de ser un hincha paladar negro, que no cae en las tonterías habituales del cabeza de termo. No pienso que los árbitros piten sistemáticamente en contra de mi equipo favorito ni que mi clásico rival esté integrado por subhumanos incapaces de jugar razonablemente bien a la pelota. La mitad de mi consumo futbolístico se centra en la Premier inglesa y en la Champions League, un cipayismo que si bien no me garantiza automáticamente buenos espectáculos, sí me provee de algo civilizado, razonable y que eleva mi vara, me hace más exigente y me educa viendo a los mejores jugadores del planeta desarrollando sus capacidades en el mejor contexto posible. Aun así, tengo la enfermedad del fútbol local y, con mi automatismo en seguir viendo fútbol argentino, me hace cómplice del peor estado de cosas en mucho tiempo. Mea culpa.