En estos días, el affaire de los "fondos" ganaderos ha sacudido el escenario económico y social uruguayo. Como en tantas crisis financieras, los análisis post mortem abundan y las voces que "siempre lo supieron" resuenan por doquier. Es tentador caer en la trampa del "era obvio", pero ¿realmente lo era?
La economía del comportamiento, esa fascinante intersección entre economía y psicología, nos advierte sobre uno de nuestros sesgos cognitivos más comunes: el sesgo de retrospección. Es la tendencia humana a mirar hacia atrás y pensar que podíamos predecir fácilmente lo que, en su momento, no vimos venir. "Era evidente que esos retornos eran imposibles", se escucha ahora. Sin embargo, ¿cuántos alzaron la voz cuando aún había tiempo de actuar? Y más importante aún, ¿cuántos de los que lo vieron venir tomaron acciones concretas para evitar lo evitable?
Si analizamos fríamente la rentabilidad del sector ganadero, considerando todos los costos de producción, es matemáticamente imposible alcanzar los retornos prometidos para un inversor pasivo en el Uruguay actual. La ecuación solo podría cerrar en circunstancias muy específicas: establecimientos con capacidad ociosa que buscan una contribución marginal positiva. Es posible que la idea original se haya basado en estas condiciones particulares, pero al expandirse y requerir costos de estructura adicionales, la operación dejó de ser marginal y los números dejaron de cuadrar.
Pero hay otra dimensión que merece atención: la perspectiva de la filosofía económica. Se ha argumentado que estos negocios "son acuerdos entre privados" como justificación para evitar o eludir regulaciones. Sin embargo, la literatura sobre fallas de mercado nos advierte que esta visión puede ser peligrosamente simplista. ¿Podemos hablar de acuerdos libres cuando existe asimetría de información? ¿Es verdaderamente un contrato voluntario cuando las partes tienen diferentes niveles de conocimiento y recursos?
Vacas en Florida, campo, uruguay.jpg
Mariana SUAREZ / AFP
La libertad de mercado no significa ausencia de regulación. Por el contrario, en una sociedad que aspira al bien común, la regulación no es un obstáculo para la actividad económica, sino un mecanismo de protección frente a sus desequilibrios y abusos.
Cuando los proyectos captan ahorro de particulares de forma masiva, a través de presencia publicitaria y con promesas de retornos asegurados, tienen todos los condimentos para ser considerados instrumentos financieros de oferta pública, sujetos a estricta regulación. No importa el ropaje jurídico que adopten; lo que cuenta es la realidad económica subyacente.
La crisis de los “fondos” ganaderos deja varias lecciones difíciles, pero necesarias:
- El mercado tiene fallas, y la regulación es una protección, no un obstáculo. Cuando está bien diseñada y aplicada, evita que situaciones como esta se repitan.
- La educación financiera es crucial. Comprender la relación riesgo-retorno es esencial. Si algo promete retornos extraordinarios, invariablemente conlleva riesgos extraordinarios. En estos casos, la regla indica no invertir más de lo que estamos dispuestos a perder.
- El sesgo de retrospección nos engaña. Nos hace creer que todo era previsible, cuando la realidad es más dura y compleja. Como sociedad, necesitamos fortalecer nuestros mecanismos de supervisión y regulación, pero también mejorar nuestra comprensión financiera.
La pregunta clave no es por qué no lo vimos venir, sino qué podemos hacer para evitar que vuelva a ocurrir. La respuesta probablemente se encuentre en una combinación de mayor regulación, mejor educación financiera y un saludable escepticismo frente a promesas de retornos elevados. Porque, al final del día, como dice el viejo adagio: "si suena demasiado bueno para ser verdad, probablemente lo sea."