12 de junio 2025 - 12:43hs

La única verdad es la realidad.

El viernes 12 de junio, al caer la tarde sobre Madrid, una veintena de argentinos miraban pasar a los cientos de españoles y turistas que a esa hora transitaban por Plaza Callao, uno de los puntos más concurridos de la capital de España. Habían convocado a un acto de apoyo a Cristina Kirchner, para protestar contra el fallo judicial que confirmó su condena por corrupción y le prohibe ser candidata en las próximas elecciones legislativas.

Pero las cosas no salieron como esperaban. No había apoyos ni muestras de euforia.

Algunos argentinos, y otros latinoamericanos que pasaban por allí se burlaban. O les gritaban "vamos Milei". O, simplemente, seguían caminando indiferentes, sin detenerse siquiera a leer las pancartas.

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La única verdad es la realidad.

La frase, pronunciada mucho tiempo antes y en distintas épocas por Aristóteles y por Kant, les fue arrebatada por ese gran comunicador del siglo XX que fue Juan Domingo Perón.

Y la verdad es que en España, sobre todo desde la llegada al poder de Javier Milei en la Argentina, los simpatizantes españoles del peronismo fueron espaciando sus referencias al gran movimiento político argentino hasta casi olvidarlo por completo.

Quizás sea esa la razón por la que también son escasas en estas primeras horas las menciones al fallo judicial de la Corte Suprema de Argentina que confirmó la condena de Cristina Kirchner a seis años de prisión.

Es la doble sentencia basada en los contratos de obra pública que convirtieron a la ex presidenta en una argentina multimillonaria. La del Tribunal Oral, la de la Cámara de Casación y la confirmación del Supremo.

El silencio más ensordecedor, hasta ahora, es el del presidente Pedro Sánchez, quien enfrenta en estos días demasiados demonios personales como para acordarse de sus simpatías por el peronismo.

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Pedro Sánchez y Alberto Fernández.
Pedro Sánchez y Alberto Fernández.

Aquellas sonrisas con Alberto Fernandez

Aunque nunca había pronunciado muy seguido el nombre de Cristina Kirchner, el socialista Sánchez sí se había mostrado sonriente junto al ex presidente Alberto Fernández, el peronista que soñaba con terminar sus días como embajador en Madrid.

Claro que Pedro Sánchez, un dirigente experto en el arte de construir y destruir amistades políticas, ya ni siquiera recuerda quien era Alberto Fernández.

Sobre todo, después del epílogo decadente de su mandato y de la denuncia judicial por violencia de género que le hizo su ex pareja Fabiola Yáñez, quien sí concretó el sueño albertista de vivir en Madrid.

El intrigante Sánchez también hizo pública su apuesta personal por el candidato del peronismo en las últimas elecciones presidenciales de Argentina, Sergio Massa. Un gesto que le ha recordado el propio Milei, para hacerlo responsable de los cortocircuitos bilaterales del año pasado entre los dos.

Sánchez tampoco ha vuelto a hablar de Massa, claro.

En la extensa lista de socios abandonados por Pedro Sánchez están el fundador de Podemos, Pablo Iglesias; su esposa y ex ministra de mujeres, Irene Montero; y el ex ministro José Luis Ábalos, ahora acorralado por la causa de corrupción local conocida como “Caso Koldo”, por la que Sánchez lo desterró no solo de su gobierno sino también del Partido Socialista, que conduce con puño de hierro.

Entonces, ¿qué podían esperar Alberto Fernández, Sergio Massa y, ahora, Cristina Kirchner?

La condena confirmada por el Tribunal Supremo argentino es apenas un informe de sesenta segundos en el noticiero de la televisión estatal española, otra bandera que Pedro tiene alineada y bien sujeta con la ayuda de un grupo numeroso de periodistas obedientes.

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El solitario respaldo de Podemos

Cristina Kirchner, muy valorada en la izquierda española por su condición de mujer mandataria, podría haber tenido el consuelo del respaldo de la vicepresidenta de Sánchez, Yolanda Díaz.

Pero la dirigente de Sumar estuvo en Buenos Aires en el pasado enero y prefirió reunirse, con el dirigente que asoma para pelear por la sucesión de Cristina: el gobernador bonaerense, Axel Kicillof.

Las dos únicas dirigentes españolas que salieron a respaldar a Cristina Kirchner sin condiciones fueron la ministra de Derechos Sociales, Ione Belarra; y la ya mencionada Irene Montero, a quien Sánchez echó del gabinete pero que logró una banca de eurodiputada que la puso a salvo del destierro.

Las dos son dirigentes del partido de ultraizquierda Podemos y, obviamente, soslayaron las pruebas de corrupción que condenaron a Cristina y la incluyeron en esa ficción política bautizada como “lawfare”, que diseñó la izquierda internacional para hablar de una conspiración contra sus integrantes en problemas judiciales.

En esa narrativa, Cristina cosechó previsiblemente los apoyos latinoamericanos del ex presidente boliviano Evo Morales, y del ecuatoriano Rafael Correa.

El primero está refugiado en la selva del Chapare (controlada militarmente por las mafias narco), por casos de abusos sexuales que tiene pendiente en la Justicia, y el segundo está asilado en Bruselas, ciudad de su esposa belga, porque si vuelve a Ecuador caerá preso por corrupción. Con respaldos así, la soledad se vuelve un lugar adorable.

El nexo de todos estos dirigentes latinoamericanos complicados con la Justicia es el ex presidente de España, José Luis Rodríguez Zapatero, hoy convertido en una suerte de operador en jefe de esta internacional sospechada, y coronel de Pedro Sánchez para el vínculo más impresentable de su gobierno: la conexión con Nicolás Maduro y el chavismo venezolano.

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El incendio personal de Pedro Sánchez de Kirchner

Por eso, a Pedro Sánchez le queda poco tiempo para ejercitar su exhausta simpatía por el peronismo, y por Cristina claro.

Tiene demasiados frentes abiertos en España e investigaciones que complican a su esposa, a su hermano y a varios de los aliados con los que llegó al poder hace siete años.

Un conductor de EsRadio, una emisora de discurso derechista, lo llamó esta semana Pedro Sánchez de Kirchner.

Es que cuando se pronuncia en España aquella frase de que “los argentinos venimos del futuro”, hay socialistas y dirigentes de las izquierdas aliadas a Pedro Sánchez que temen que el sayo de Cristina alguna vez pueda caerle al hombre que lo ha resistido todo.

Este jueves, Pedro Sánchez debió regresar de urgencia a Madrid para apagar el último fuego de su incendio personal.

En cadena nacional, Pedro pidió perdón a los españoles porque las grabaciones de la Guardia Civil mostraban lo que él había negado. Que su hombre de confianza a cargo del PSOE, Santos Cerdán, se había hecho un festín de coimas y de dineros negros para apalancar operaciones secretas de su gobierno.

Santos Cerdán tuvo que renunciar a su jefatura en el Socialismo y a su banca de diputado.

Pero Pedro Sánchez sigue bajo fuego ahora, y repite como un mantra que no habrá elecciones para reemplazarlo hasta 2027. Ni sus aliados más cercanos están seguros que pueda resistir la andanada liderada por el Partido Popular.

El martes, hasta el prócer del PSOE, Felipe González, se ha mostrado de acuerdo en iniciarle una moción de censura, esa suerte de juicio político para ponerle a prueba en el Congreso.

Cristina Kirchner no puede esperar demasiados gestos de solidaridad en España.

La derecha no la quiere y la izquierda está en su propio barro, gobernando y espantada con que la pintura de la corrupción termine enchastrando también a Pedro Sánchez.

Difícilmente Cristina pueda dejar en la memoria algo siquiera parecido a lo que dejó Evita, que llegó en 1947 con un barco cargado de trigo para la España hambrienta.

O al menos la imagen más inofensiva, que Perón e Isabel dejaron durante los doce años que vivieron en Puerta de Hierro, custodiados por dos caniches blancos y el tenebroso brujo José López Rega.

La imagen de Cristina Kirchner que ya recorre España, y todo el planeta, es la que jamás quiso para que la recuerden.

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